La venta de impresoras 3D ha crecido más de un 43 por ciento en el último año, siendo, 3 de cada 4 de ellas, de un precio inferior a los 10.000 euros. Sus posibilidades son casi infinitas y ya se dejan ver propuestas de todos los colores, desde fabricación automática de envases o prototipos hasta la impresión de alimentos, llamados a ser el futuro comestible del planeta y evitar, así, la agresión a la fauna y, por consiguiente, al medio ambiente. Desde las más básicas, con las que crear elementos de pequeño volumen en un domicilio particular hasta las más grandes, preparadas para proveer a la industria de aquello que sea necesario, en el campo de la empresa una impresora 3D puede tener múltiples capacidades y solventar más de un problema, especialmente en lo que a la producción se refiere.
Las impresoras FDM (Fused Deposition Modeling) son las más habituales, además de económicas. Funcionan extruyendo filamentos de plástico derretido, capa por capa, para crear objetos personalizados. Las SLA, o Stereolithography, se emplean resinas fotosensibles junto con un láser ultravioleta que solidifica las capas de éstas, y presumen de una alta precisión, a pesar de que su manejo deja de ser tan intuitivo como las básicas. Hay alternativas más avanzadas como las SLS (Selective Laser Sintering), encargadas de fusionar polvo de material, como plástico o metal, mediante láser. Sin embargo, cuando lo que se desea es hacer una impresión en metal las variantes industriales son la decisión acertada, puesto que emplean las tecnologías DMLS (Direct Metal Laser Sintering) y EBM (Electron Beam Melting).
Para conseguir piezas metálicas a través de impresión, también conocido el proceso como fabricación aditiva de metal, se generan diversas capas que se superponen hasta formar la figura deseada. Comienza con la creación de un modelo en 3D digital del objeto, utilizando, para ello, software de diseño asistido. Éste se divide en capas finas, lo que permite la construcción gradual del objeto. La impresora se encargará, en función al modelo presentado, de realizar un soporte de estructura para evitar que las partes suspendidas se desprendan o derritan. Durante el proceso, la máquina funde y deposita el material metálico en polvo o alambre, capa por capa, siguiendo, de forma escrupulosa, el diseño. Tras la finalización de cada capa el metal fundido se enfría y solidifica rápidamente, conservando su forma. Una vez completada la impresión, se eliminan los soportes y se limpia la pieza, que puede requerir un procesamiento adicional, como el pulido o mecanizado, para alcanzar las tolerancias y acabados precisados.
Crear prototipos con una impresora 3D en el sector industrial permite una mayor rapidez y un ahorro considerable en la creación de estos modelos, ejemplos previos a la producción a gran escala. Su personalización y la producción bajo demanda son, sin duda, los grandes atractivos de estos sistemas, fomentando la innovación al proporcionar una forma ágil de explorar nuevas ideas y conceptos. Su desarrollo supone, en la actualidad, un verdadero desafío pero una gran oportunidad para aquellas empresas que apuestan por este método de fabricación de sus productos.